
LaLiga ha decidido jugar su propio partido, el de la censura. Mientras los futbolistas se atreven a alzar la voz con una protesta simbólica: quedarse quietos 15 segundos al inicio de los encuentros, Laliga responde con el silencio. Un silencio impuesto, televisado… o más bien no televisado.
Todo comenzó con la decisión de Javier Tebas de llevar el Villarreal–Barça a Miami. Ni consulta a los jugadores, ni diálogo con todos los clubes, ni mucho menos transparencia con los aficionados. Una medida puramente comercial que ignora el alma de este deporte, su gente. La reacción de los capitanes, unidos bajo el paraguas de la AFE, acordaron parar los primeros segundos de cada partido de la jornada como gesto de protesta. Un parón breve, simbólico, pero con un significado claro, el fútbol no es un producto que se exporta sin preguntar a quienes lo hacen posible.
La respuesta de LaLiga fue tan rápida como decepcionante. Durante el Oviedo–Espanyol, el plano del Tartiere se alejó del césped para mostrar una toma aérea del estadio. Cuando volvieron las imágenes al terreno de juego, la protesta ya había terminado. Y hoy, en el Sevilla–Mallorca, la historia se ha repetido: plano cenital del centro del campo y un rótulo con el mensaje “Compromiso con la paz”. Un intento de disfrazar la censura con un mensaje institucional que no venía al caso. Paz, sí. Pero también respeto, libertad y derecho a disentir.
Lo más preocupante no es solo que se oculte una protesta, sino lo que eso representa. En el fondo, LaLiga no solo está exportando un partido a Miami; está exportando un modelo de gestión que desprecia la voz de los futbolistas y de los aficionados. Un modelo en el que la imagen vale más que el mensaje, y en el que el control de la narrativa importa más que la verdad.
El fútbol siempre ha sido un espacio de expresión popular. Desde las pancartas en las gradas hasta las declaraciones en rueda de prensa, forma parte de su esencia. Negar a los jugadores su derecho a mostrar disconformidad, y además esconderlo de las cámaras, es un paso peligroso. Porque lo que no se ve, no existe. Y eso, en democracia, tiene otro nombre: censura.
Estoy en contra de que se juegue ese partido en Miami. No solo porque rompe con el equilibrio competitivo de LaLiga, sino porque simboliza la deriva de un fútbol cada vez más alejado de su raíz. Pero estoy aún más en contra de que se silencie a quienes, de forma pacífica, deciden protestar. El poder no debería temer a un parón de 15 segundos. Debería temer al silencio que impone cuando nadie puede verlo.
El “Plan Miami” de Tebas se ha convertido en un bochorno global antes incluso de disputarse. LaLiga podrá llevar el balón a Estados Unidos, pero la esencia del fútbol no cabe en un avión. Y si hace falta censurar para sostener una decisión, quizá el problema no está en los jugadores… sino en quien teme que se escuche lo que tienen que decir.
Marta Trabanca