
Gianni Infantino y Javier Tebas
Cada parón de selecciones deja el mismo resultado: jugadores lesionados, clubes preocupados y dirigentes mirando hacia otro lado. El “virus FIFA” vuelve a poner en evidencia un sistema que exprime a los futbolistas en nombre del negocio.
El llamado “virus FIFA” vuelve a golpear con fuerza. Cada parón de selecciones deja tras de sí una nueva oleada de futbolistas lesionados, víctimas del calendario sobrecargado que impone el fútbol moderno. Kylian Mbappé se retiró con molestias durante el duelo de Francia, Ferran Torres arrastra fatiga tras su paso por la selección, y en Inglaterra, el joven Dário Essugo, del Chelsea, ha tenido que pasar por el quirófano, con un pronóstico que lo mantendrá fuera de los terrenos de juego hasta 2026.
En España, la enfermería también se ha llenado: Lamine Yamal con molestias en el pubis, Thiago Almada y Dean Huijsen con lesiones musculares, Nico Williams encendiendo las alarmas en el Athletic Club… Y por último, Robert Lewandowski se une a la lista de bajas tras el último encuentro internacional. Todo ocurre en un contexto en el que la FIFA sigue aprobando un calendario imposible, partidos de Champions, Liga y selecciones espaciados apenas por dos o tres días, sin margen real para el descanso ni la recuperación.
Ahora bien, ¿quién tiene realmente la culpa de todo esto? Porque entre la FIFA, LaLiga y los clubes, el caso se maneja como si fuera un simple juego de “tuya, mía”, en el que todos se lavan las manos mientras los verdaderos perjudicados (los futbolistas) siguen cayendo lesionados. Nadie asume la responsabilidad, pero en el fondo la culpa es compartida por todos.
Javier Tebas, presidente de LaLiga, se apresura a justificarlo afirmando que “así es el fútbol moderno”. Una frase que, más que una explicación, suena a resignación disfrazada de modernidad. ¿De verdad eso es el fútbol moderno? Reducir a los jugadores a máquinas sin alma, piezas reemplazables que pueden ponerse en el campo una y otra vez sin descanso, solo para alimentar un calendario imposible y, sobre todo, las arcas de las instituciones.

Porque, seamos sinceros, el dinero se ha convertido en la auténtica brújula que guía las decisiones del fútbol actual. Lo demuestra la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), que en los últimos años parece más preocupada por generar ingresos que por proteger el deporte que representa. Los ejemplos sobran, como la Supercopa en Arabia Saudí o la surrealista idea de llevar un Villarreal-Barcelona a Miami.
Todo responde a la misma lógica: la del negocio por encima del sentido común, del espectáculo sobre la salud, del beneficio sobre la ética. Y luego, si Vinícius se atreve a decir que “como no cambie la RFEF, el Mundial no podrá jugarse en España”, todos se echan las manos a la cabeza. De repente, el foco deja de estar en los despachos y se traslada al campo, a los jugadores, a sus gestos y declaraciones. Porque, claro, a la FIFA le interesa que el debate gire en torno a si los futbolistas provocan, si se comportan bien o si hablan demasiado, para que nadie se plantee lo verdaderamente importante: todo lo que las instituciones están haciendo mal y que, poco a poco, está manchando la esencia del fútbol.
Mientras tanto, desde sus despachos con moqueta y aire acondicionado, los dirigentes observan impasibles cómo los jugadores acumulan minutos, lesiones y frustraciones. Les da igual si un equipo se queda sin media plantilla por molestias físicas, o si las selecciones nacionales convocan a futbolistas que llegan agotados o directamente lesionados. Todo se resume en mantener el show en marcha, aunque el precio lo paguen quienes realmente hacen que el balón ruede. Y mientras tanto, Tebas e Infantino se enzarzan en una absurda pugna de poder, midiendo quién puede más, quién impone su calendario o quién manda sobre el fútbol. Porque, claro, ¿para qué ponerse de acuerdo en beneficio del deporte, si pueden seguir jugando su propio partido desde los despachos?
El “virus FIFA” no es solo una consecuencia de los viajes internacionales o del calendario saturado, es el reflejo de un sistema enfermo. Un sistema en el que el fútbol se ha convertido en una industria que exprime hasta el límite a sus protagonistas, olvidando que detrás de cada camiseta hay un ser humano.